domingo, 20 de junio de 2010

el recodo


Lejanos quemados como el suelo donde ardía.
¿Qué marcó nuestro tiempo
haciendo fuego en el tronco seco a la intemperie? Deduzco la estampa gris en mi ropa de grietas
y cosas con sed. Sopla sórdido al sur el desteñido desdén santacruceño, lo último entre el viento y nosotros
voló hacia aquella adolescencia fúnebre una tarde austera de cuero y lana.
En eso, llegó una chata
lenta y despintada
mientras fumábamos pacientes (con un dedo alzado). Finalmente ¿éramos más felices en la ruta,
con el viento en la jeta viendo huir detrás al humo, al asfalto?
Los coches a la vista y la luz de un sol de noche titilante: invisible el mar surgente en la costa, salpicando salvajes olas condenadas a lo nuestro.
La plomada cruzaba mar adentro por el aire; mis ojos en una calma amniótica conectada entre tanza y océanos. La marea acercaba la costa tanto que agobiaba las gaviotas, al acecho tras la mugre de las redes; los gordos pitando, risoteaban.
Bastante alejado estoy, en un risco típico saliente del golfo
con la cabeza gacha
noctámbula en la superficie, delirando el comienzo de la psiquis.
Cae de mí chorreante un rastro soluble al sol en la arena.
Las guachadas de los jóvenes en las bardas,
flacos, en furia con la árida panorámica cuadrangular del paisaje. Los canales de agua sólo derivan la conciencia por los campitos inundados: surgió la idea de probar otra vagancia.
Una sucesión de cruces en la capilla "Moriah" abrió las lápidas abandonadas de la carcajada nerviosa. Disolví en el viento mi cara cuarteada y roja, de tez blanca, de sopapo.
El olor del langostino muerto en mi mano permanece intacto, marítimo, e invasivo a todo lo que tenga que ser así.
Pedrada tosca, infinita, que conmueve pilones y pilones de placas interminables. Uno vacila de estar ahí, cavila intensamente en la maleza ausente de la costa. Redondas, pulidas; da para pensar esférico todo aquello que se plantee en la circunstancia.
Comer cordero…
Comer cordero…
Cantar de cuero en la vigilia, reunión de centro seco a la salud aislada,
el vino intenso y rojo…
Comer cordero…,
así se llama, y el viento en un refugio del estómago,
a lo animal,
piel, pelo y ojo a lo animal
y el vino,
rojo
a la luz de la meseta.

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