Ni llegan los
pasos, tras la suela socavada por el pórtland,
hasta la humedad
entre la tierra y el camino fratachado; ni la
certeza de actividad
constante bajo los pies chatos, ni el
equidistar,
que flota entre el aire de las fosas, alcanza.
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MÁXIMA 40
por atisbar la ciudad entre céspedes
cortados y arrancar
de las banquinas en crecida;
el habitar
del paso a la historia tiene una velocidad
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Un cesto
lleno de blancura láctica bacterial congrega mi
estado debajo
de la mesa.
La aurora
está ahí, silenciosa y aplastada por papeles de
lectura
fácil. Los conteos combinados y el grito frenético de
ómnibus que
bajan ciudadanos circulares en los monoblock,
son
céntricos.
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El gato,
Schreck
el burro y
Fiona
en la
ventana del colectivo con un violín entre las piernas.
A un metro
del afiche, el suelo mojado.
Me lamento
de lo inútil grito, pienso y muero.
¿acaso me
invento los momentos?
¿cómo
extirpar las murgas que transitan mis ojos?
Luces
pleurales, cóndilos y el velo nasal me orientan.
Escucho
duendes que siguen mis pasos, curiosos,
tras el
movimiento chiquito entre mis dedos, de a uno van mirando,
les debelo
el mundo que construye mi bitácora.
La línea 506 es la que me lleva a casa, la que en 20 minutos me deja en el centro, la que me da un sentido público, la que me ha hecho putear tantas veces. La que los sábados me lleva al cementerio pasando por la diagonal del zoo (triste recorrido), la que me ha dejado ver ciertas cosas pasajeras...
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